top of page

Aceptación vs. Control


Uno de los pilares que aprendes en el Programa de 8 semanas de Mindful Guatemala, es la aceptación. Básicamente consiste en dejar de pelearte contigo mismo, las personas, situaciones o eventos de tu vida y simplemente aceptarlos como son. Para mí creo que ha sido, y sigue siendo, de las cosas que más me cuesta.


Toda mi vida he sido una persona sentimental. Siento todas mis emociones muy intensamente. A veces pienso que quizá no es que sea más emocional, sino que nada más estoy más abierta a sentir y que los demás quizá no tanto. Algo muy lindo de esto es que me hace ser una persona muy observadora. Rápido percibo el cansancio, o la tristeza, o la confusión en los demás. Pero también rápido percibo el amor, la ternura y la compasión. Verdaderamente es algo que me llena. Y claro que, por ser tan receptiva, también eso despertó una parte de mí que quería siempre controlar a los demás y cómo se sentían. Quería que todos estuvieran felices siempre. Quería estar feliz siempre y todo sentimiento que no fuera felicidad era inaceptable.


Alguien una vez me compartió la analogía del vasito energético y estoy muy de acuerdo con ella. Consiste en que nuestras energías están contenidas en un vasito que se llena y se vacía constantemente. Para mantener un balance es necesario dar, pero también recibir. Las personas que te agotan energéticamente consumen mucha de tu energía y vacían tu vasito y para regresar al balance es necesario recargarla con otras fuentes energéticas. Y ojo, que este intercambio energético también se da vía en redes sociales. Así que, si todo el tiempo te sientes agotado, pero duermes bien y suficiente, pregúntate qué o quién te está robando tanta energía y de qué formas podrías recargarte. Sé consiente de cómo tu alrededor te afecta.

Pero regresando al tema, el punto es que pasaba mis días dando mucha de mi energía a los demás, intentando controlar sus vidas, con mi vasito vacío y recargándolo muy poco o nada. Buscando que alguien más llenara mi vasito, en lugar de buscar llenarlo yo misma. Y, además, intentando que todo esto no me afectara y queriendo controlar mis sentimientos. Y mi forma favorita de hacerlo era simplemente evitándolos. Pensaba que, si los evitaba o escondía, mágicamente desaparecerían por sí solos. Por supuesto que esto es imposible y lo único que me generó fue una sensación de vacío y una desconexión profunda. Eventualmente esta situación explotó, así que decidí cambiar mi vida y empecé a buscar formas de recargar mi vasito.

Algo que revolucionó mi vida fue la realización de que yo no soy mis pensamientos ni mis emociones. Claro que habitan en mí, pero al fin y al cabo soy yo quien decide si me engancho con ellos o no. Al preguntarme de dónde venían realmente esos pensamientos negativos e indagar honestamente en el tema visualicé que muchos de ellos no eran propios, sino ideas de otras personas que me habían enseñado o dicho por años y que internalicé, pero que en realidad no creía. El prestar atención a lo que estás pensando, diciendo o escribiendo, desde afuera, como viendo una pantalla o como si te lo estuviera contando otra persona, es algo que en Mindfulness llaman mente testigo. Y es justamente lo que indica el nombre: no te involucras mucho, solo observas con curiosidad.

Por ejemplo, pensar miles de veces que quisieras no sentirte como te sientes o que quisieras no tener determinado comportamiento, no hará que no lo sientas, ni hará que dejes de comportarte de esa forma. Solamente provocará ansiedad y nerviosismo. La próxima vez que te caches dándole vuelta y vuelta a algo, pregúntate ¿qué tan útil es?, ¿me siento mejor después de hacerlo?, ¿Hacer eso hace que se solucione el tema? Quizá sea solo un pensamiento más que alguien nos dijo y adoptamos como propio, algo que nos da miedo, o una forma de evitar lo que estamos sintiendo, pero no queremos aceptar. El primer paso es prestarte atención. Si lo sientes, lo sientes, y machacarte solo te hará sentir peor. Quizá nos serviría más dejar salir lo que sentimos y no regañarnos por eso. Y recuerda que, si eres tan hábil concentrándote en pensamientos negativos, o lo que quisieras no pensar, también puedes ser igual de hábil concentrándote en otras cosas, como en tu respiración al meditar. Solo es cuestión de enseñarle a tu cerebro a pensar diferente. Práctica, práctica, práctica.

Las emociones son energía y lo mejor que podemos hacer para liberarnos es ponerlas en movimiento, sacarlas. Socialmente es inaceptable enojarse, o estar triste o sentir frustración y se espera de nosotros que no hagamos “escándalo” porque “podría ser peor”, “no es para tanto”, “no hay que ser ridículo o dramático”, “llorar no sirve de nada”, lo haces “por llamar la atención”, o cualquier cosa similar. Pero todos los que hemos estado en esta situación, sabemos perfectamente lo horrible que se siente que te digan eso. Porque no es cierto. Otra famosa frase que me parece totalmente errónea es esa que dice “una mente ocupada no extraña a nadie”, como diciendo que si te ocupas entonces ya no sentirás la emoción. Y superficialmente quizá no la sientas porque no pondrás atención, pero en el fondo sí que está ahí y sí que la sientes. Al final, si no procesamos nuestras emociones, se terminarán reprimiendo y al final manifestando de alguna forma física como el insomnio, ansiedad, estrés, o problemas de espalda o gastrointestinales. Lo importante es darse cuenta de que, quien realmente debe estar ahí para nosotros, somos nosotros mismos. No importa lo que te digan los demás.

En mindfulness te enseñan lo que se llama calmar, suavizar y permitir. Sí, calmarte, suavizarte y permitirte sentir lo que tengas que sentir. Aun así, sea incómodo o desagradable. Y, aunque sí es difícil y doloroso enfrentarse a situaciones que muchas veces quisiéramos ignorar, déjame asegurarte que el resultado es tan liberador y gratificante como nada más. Date el espacio de sentir lo que sientas y de darte amor propio: unas palabras cariñosas, un abrazo, un baño calientito, llorar lo que necesites, gritarle a una almohada o lo que tengas que hacer para sacarlo; siempre que no te dañes a ti o a alguien más. Hazlo, aunque te sientas ridículo. El verdadero amor propio es estar ahí para ti mismo en los momentos difíciles. Jamás ignoraríamos el malestar de algún amigo o familiar, pero muchas veces sí ignoramos y tratamos de callar el propio. Trátate como tratarías a un ser muy querido.

Actualmente ha pasado casi un año desde que empecé en este camino y descubrí que mis formas favoritas de recarga y conexión son el Mindfulness, yoga, la escritura y escuchar música conscientemente. Mindfulness me enseñó a tener un balance. No significa que ahora ya nunca piense en cómo se sienten los demás o que me volví una persona fría; pero sí significa que aprendí a ser consiente de cómo me afecta mi entorno, a preguntarme cómo me siento yo, y a regresar a mí misma siempre y por el tiempo que lo necesite. Sanar. No pasa nada si decides tomar unas horas o un día para ti misma. Es necesario. Aprende a ponerme a ti de primero. Porque también, si tú estás bien contigo misma y te amas y te aceptas como eres, aun sintiéndolo todo, brillarás y transmitirás eso a todos los que te rodean, incluso sin platicar del tema.

En resumen, no hay forma de controlar tus emociones o las de los demás. Lo mejor que podemos hacer es aceptarlas y darles un besito en la nariz. Así que te invito a que sueltes esa mochila de control y a dejarte vivir una vida enormemente más ligera y consciente, más llena de amor.



Daniela Aparicio Quiñonez

panicla94@gmail.com

bottom of page